Madrid, una ciudad entre la vida y la muerte.

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Me gustaría empezar este post sobre Madrid, con una estrofa de una canción de Sinkope que en mi opinión refleja perfectamente lo que es la ciudad:

“Se despierta la gente su ajetreo y su rutina y a la vuelta de la esquina amanece, saluda la mañana y las calles se acicalan, el trasiego de la vida nos ofrece avenidas invadidas por motores con sus ruidos sus olores y adelantos. Otro atasco, otro percance, otro borde, otra obra y otro ¿dónde coño aparco? Abandonan sus barrios los hijos del salario a montar el escenario de a diario.”

Y es que Madrid es vivir y morir al mismo tiempo, como bien dice esta banda, pues en la capital tienes las oportunidades que no tienes en el resto de ciudades españolas, pero el precio a pagar puede ser demasiado alto.

También me gustaría destacar una gran frase de un Ídolo, Joaquín Sabina cuando decía en su canción pongamos que hablo de Madrid “la vida es un metro a punto de partir” esta frase me viene de perlas para empezar a contar mis primeros minutos por la Capital.

Madrid, la ciudad de las oportunidades (la vida) el lugar que puede tener todo lo que uno desea, pero a la vez, es la ciudad de la locura (la muerte) el trasiego, el estrés, los coches la contaminación, prisas.

Esa maña fría de la que habla Ana Belén, es la que me había recibido a mi llegada a Atocha desde Córdoba, sin pararme mucho a pensar estaba corriendo hacia el cercanías que me llevaría a Fitur (en este enlace puedes leer mi post sobre la feria) después de toda la mañana y parte de la tarde en la feria, era hora de coger el metro.

El primer paso en el metro fue relativamente sencillo, pues solo había un posible objetivo, pero cuando llegue a mi parada ahí estaba el problema, y quizás os va a hacer gracia, perdido en mitad de la vorágine del trasiego de viajeros no sabía dónde ir, ni línea azul, ni morada, ni verde, no tenía ni idea, hasta tal punto que acabé por salirme de la estación y tuve que volver a entrar por una banda que me indicó uno de los responsables.

Por suerte llegue a Plaza España (o más bien por desgracia porque tenía que llegar a Gran Vía) me había equivocado de metro como no, lo que tiene el no estar habituado a coger este tipo de transporte. Después de Andar unos 15 minutos ya estaba en Gran Vía.

Gran Vía, esa avenida es como el título de este post, La vida y la muerte al mismo tiempo.

La vida repleta de las miles de personas que caminan por la inmensa avenida, cada uno con sus historias personales sus problemas y alegrías, pero que cada tarde encuentran un hueco para pasear por la columna vertebral de Madrid.

La muerte en las personas que no tienen hogar, en los trabajadores estresados que no pueden caminar libremente, en los pobres que pasan desapercibidos, en definitiva es como la vida concentrada en unos pocos metros.

Una noche por Madrid.

Mi alojamiento en el Hostal El Greco no estaba mal, era lo necesario, una cama para dormir y una ducha para asearme, no necesitaba nada más para esos días en la Capital, pues iba a tener poco tiempo de descubrir la ciudad en mitad del transcurso de Fitur. O eso era lo que pensaba yo, hasta que llegó la hora de salir a tomar una cerveza.

Miles de estímulos que vienen y van, gente transitando por las calles luces carteles de publicidad, todos los desconocidos que apenas se miran e intercambian palabras, lo que en realidad es una verdadera jungla.

Pero Madrid es descubrir, buscar los rincones en los que la historia tuvo lugar, esos lugares que han dejado huella en el sentimiento de cada persona que ha vivido allí, y que aún la sigue dejando en esos que habitan la gran Urbe.

Uno de esos rincones la Plaza de Callao, un lugar donde recibes la mayoría de estímulos publicitarios, mientras la gente pasea cargados de bolsas de las compras que han ido haciendo durante el poco tiempo que han tenido al salir de sus trabajos.

Los jóvenes entre risas y pequeños grupos se mueven como las hormigas más inteligentes a lo largo de la marabunta que avanza sin piedad paso a paso entre las demás personas, con sus risas y sus cigarrillos encendidos, tan natural como la vida.

Con la compañía de Patricia, mi prima, fuimos a un pequeño local en una de las calles perpendiculares a Gran Vía, Una cervecería llamada Valverde, donde el cubo de cinco cervezas cuesta tres euros (algo impensable en el centro de Madrid).

Después de compartir unas charlas, unas risas y alguna que otra foto divertida, llego la hora de irse a dormir, pues al día siguiente iba a ser bastante duro.

La Capital.

Madrid es un lugar curioso, por un lado la vida de la ciudad se dispara a despuntar el alba los días entre semana, cada uno sabe dónde va y van muy rápido, casi sin pararse a observar los encantos que la ciudad tiene.

Por otro lado la ciudad tiene un lado oscuro, ese lado oscuro que aparece cuando miles de personas se juntan en un solo lugar con el objetivo de desarrollarse profesionalmente e intentar cumplir sus sueños algo que podrá ser bueno se convierte en malo, pues pasan por encima de los demás mientras continúan con sus rutinas diarias, como presos en una jaula de cristal.

Cuando caminas por Madrid, tienes dos opciones, o fijarte en la inmensidad, o prestar atención a los pequeños detalles, este último en la capital es bastante complicado, de ver puesto que todo es tan sumamente grande que el más pequeño detalle pasa desapercibido.

Un Locura que regala momentos.

El sábado por la noche, había decidido irme a dormir temprano, pues tenía en mente cometer una locura, la locura de levantarme temprano y visitar el Madrid más puro, el Madrid sin gente.

Corrían las siete de la mañana de un domingo, cuando me estaba tomando mi ducha antes de abandonar el hostal, mochila hecha en el último instante como siempre, móvil cargado, batería powerbank cargada, entregar la llave y salir del hostal.

El frio de la mañana me golpea en la cara al salir a la calle mientras las primeras luces del alba despuntan en los edificios más altos de Gran Vía, busco en google maps el primer sitio que quiero visitar o mejor dicho ver por qué visitar sería imposible,

Congreso de los Diputados.

Los primeros pasos me llevaron a visitar el lugar donde aquellos a los que votamos nos “representan”. Allí estaba yo, donde un 23 F casi cambia la historia, cagado con mi mochila y un café que me había pillado en un Starbucks cercano.

Mientras hacía algunas fotos desde lejos, pensé en acercarme para sacarme un  selfie con Los leones de la puerta. Miraba alrededor buscando la seguridad que me impediría acercarme y subir las escaleras para hacerme la foto.

Curiosamente no había nadie, entonces pensé en quitar la valla, subirme a las escaleras y tomarme la foto con el león, puse mi café en el suelo, y cuando toque la valla para aportarla un poco y poder pasar, boom, una ventana se abrió de repente.

No sé qué era más gracioso, si mi cara de asustado o la del policía al verme decirle que si me tomaba un selfie con el León, jajaja pensé, cosas de ser de pueblo, al final me tuve que tomar la foto desde abajo, mientras el policía se reía y cerraba la ventana. Así es siempre me pillan amigos.

Continuando hasta la puerta del sol.

La siguiente parada era la puerta del sol, es lugar donde cada Nochevieja miles de españoles nos tomamos las uvas, bien sea en la misma puerta del sol, o desde nuestras casas mirando por televisión las retransmisiones que se hacen desde allí.

Tempranísimo, tan solo había turistas asiáticos y un servidor tomando fotos a esa hora, contemplando esos lugares que sentía como si siempre desde pequeño hubiera estado allí.

Ambiguas horas que mezclan al borracho y al madrugador, y nunca mejor dicho, pues los borrachos cruzaban también para irse a dormir, mientras el dueño del quiosco abría sus puertas para vender la prensa y algún que otro paquete de tabaco.

Allí junto a la estatua de Carlos III miraba con desdén aquel lugar, como sabiendo que hay mejores lugares en Madrid que ese para dar las campanadas.

Y justo al lado, el oso y el Madroño, emblema de Madrid, cuya estatua es mucho más pequeña de lo que uno puede pensar.

Cerca de ese lugar emblemático, en una calle contigua, hay otro mucho más si cabe, un pequeño local llamado casa Labra.

mítico para los socialistas pues fue aquí donde se fundó el Psoe en una época en la que los trabajadores éramos casi como ahora gente sin derechos.

Si pasáis por aquí os aconsejo parar a tomar uno de los mejores vermuts de la capital, acompañados como no,  de unas buenas tapas de bacalao.

Palacio Real y Jardines de Sabatini.

Bajando por la calle, llegas a la plaza de la reina Isabel, y justo un poco más adelante, cuando cruzas el teatro real, comienzas ver el palacio Real.

La vista es impresionante de ese edificio que se comenzó a construir en 1735 y que tras varias reformas tiene el aspecto que podemos ver hoy en día.

Como era tan temprano cuando pasé por sus puertas, estaba cerrado todavía por lo que no pude entrar a verlo, pero en la próxima visita a la capital es uno de los lugares al que quiero entrar, y aunque los reyes de España no residan allí, si no en el palacio de la zarzuela, me parece una visita interesante por toda la historia que desprende.

Hacia la derecha de esta vista del palacio real se encuentran los jardines de Sabatini, de los que os recomiendo disfrutar tranquilamente, pues su construcción y sus árboles invitan a ello, es un lugar súper-relajante para pasear y como no hacerse algunas fotos de postureo.

Construidos en los años 30, cuando la segunda república tomo el mando, y expropio algunos bienes de la realeza, en este lugar se enclavaban las caballerizas reales, de las cuales recibe su nombre, fueron donadas al ayuntamiento de Madrid para que hicieran un parque público, y desde entonces es propiedad de la ciudad de Madrid.

A por ellos.

Ese es el lema de aquella Eurocopa que cambio la historia de la selección de futbol, y si hay un lugar emblemático de aquellos éxitos ese es la plaza de España.

Con el monumento a Cervantes en la gran fuente que consagra la plaza, es un lugar de referencia para todos aquellos que visitan Madrid, es el lugar al que todos deben ir a contemplar la vida pasar.

Pero debo decir que esto en parte es como Madrid, un lugar de contrastes, pues uno de los mayores carteles publicitarios se encuentra en este lugar, en principio es una pena que se exploten estos lugares de esa forma pero que le vamos a hacer hay que ser capitalistas.

El lugar no tiene mucho que contar, es una plaza donde pasar un rato de relax, pero para mí es importante porque, es uno de esos lugares que se han mencionado tantas veces que es como si ya hubieras estado allí y ya tenía que visitarlo.

Fin de la visita exprés de monumentos.

Para terminar de visitar algunos de los monumentos de Madrid, pues ya no me quedaba más tiempo, y debía tomar el tren que me llevara de vuelta a Córdoba, decidí parar para contemplar el regalo de Egipto a España.

El Templo de Debod.

Para mí el lugar más mágico de todos los que visité, tal vez sea por el sitio en el que está construido, tal vez por lo que signifique o quizás fuera por las condiciones lumínicas que desprendía a la hora que tome las fotos, no sabría muy bien explicarlo pero sí que tuve una sensación como de Paz cuando me encontraba mirando este magnífico rincón.

El templo, un regalo de Egipto a España por la ayuda que les prestamos cuando quisieron destruir todo en ese país, es un lugar increíble.

Saber que ha sido transportado desde el mítico país de los faraones hasta España, piedra a piedra, y reconstruido aquí respetando la orientación que tenía en su lugar de origen es algo impresionante.

Llegar encima de esa colina y ver la construcción rodeada de agua es algo insólito, allí, sentado en aquel lugar mirando como los tempraneros turistas se acercan y comienzan a disparar sus cámaras de fotos, mientras tu contemplas la escena es algo que voy a tardar en olvidar.

Adiós Madrid, pronto volveré.

No había vuelto a Madrid para estar más de un día desde que termine de trabajar en Cuétara allá por el año 2007, las visitas que había realizado habían sido muy rápidas, y siempre quedaba en mi esa sensación de que a Madrid o la quieres o la odias.

Jamás había nacido en mi ese sentimiento de adorar Madrid, pues la veía como la ciudad de las prisas, la de los trabajadores que no tienen tiempo ni para mear.

Pero hoy, después de haber pasado varios días en la capital, haber realizado una tempranera visita a ese Madrid tranquilo en las mañanas de domingo, de probar su vermut, su bacalao y algún que otro aperitivo por la ciudad me voy con ganas de volver.

Con ganas de conocer otros sitios, otros rincones de la ciudad, de sentarme tranquilo en un bar y contemplar el ir y venir de aquellos hijos del salario que cada día suben al metro sin detenerse a mirar su propia ciudad.

De pensar en las historias de la gente y aprovechar un poco más la vida que vivir muriendo en la capital de España.

Más que un adiós Madrid, es un hasta luego pues pronto nos volveremos a ver.

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